Publicado por apons en Febrero 25, 2009
En efecto, el semiólogo italiano Umberto Eco hace un encendido elogio del libro en las páginas de l’Espresso, donde tiene reservada una cita periódica que titula “La Bustina de Minerva”. En esta ocasión, nos advierte con su habitual perspicacia sobre la fragilidad de los nuevos soportes digitales:
“El pasado domingo fue el último día de un curso para libreros que lleva el nombre de Umberto y Elisabetta Mauri. Tuvo lugar en Venecia y se habló (entre otras cosas) sobre la labilidad de los soportes de la información. Soportes lo han sido la estelas de Egipto, la tableta de arcilla, el papiro, el pergamino y, por supuesto, el libro impreso. Este último ha demostrado su capacidad para sobrevivir quinientos años, pero sólo si se trata de libros hechos con pasta de trapos. Desde mediados del siglo XIX se impuso el papel procedente de la madera, y parece que tiene una duración máxima de setenta años (y, de hecho, basta coger periódicos o libros de la posguerra para ver que la mayoría se deshacen en cuanto se los hojea). Así que periódicamente se convocan reuniones y se estudian diversos medios para salvaguardar la multitud de libros que albergan nuestras bibliotecas, y uno de los más populares (pero casi imposible de aplicar a todos y cada uno de los libros existentes) es escanear sus páginas y pasarlas a soporte electrónico.
Pero aquí se presenta otro problema: todos los soportes para transportar y almacenar información, de la foto a la película, del disco a la memoria USB que usamos en nuestros ordenadores, son más perecederos que el propio libro. De algunos ya lo sabíamos: en las antiguas cassettes las cintas se enredaban con el uso, así que las teníamos que desenredar metiendo un lápiz en el agujero, aunque a menudo sin éxito; las de vídeo perdían fácilmente el color y la definición, y si se utilizaban demasiado tiempo para estudiar su contenido, haciéndolas avanzar y retroceder varias veces, se malograban pronto. Y aunque hemos tenido tiempo suficiente para darnos cuenta de lo que podía durar un disco de vinilo si no lo frotábamos demasiado, no lo hemos tenido para comprobar cuánto duraba un CD-rom, porque siendo aclamado como el invento que vendría a sustituir al libro ya ha sido retirado del mercado, pues podemos acceder en línea a ese mismo contenido y con costes más baratos. No sabemos cuánto durará una película en DVD, sólo sabemos que empieza a hacer extraños cuando la hemos puesto muchas veces. Casi no hemos tenido tiempo para ver cuánto podían durar los discos flexibles que usábamos en el ordenador: antes de que lo pudiéramos descubrir ya fueron sustituidos por los disquetes rígidos, y éstos por los discos regrabables, reemplazados a su vez por la memoria USB. Con la desaparición de los distintos soportes han desaparecido incluso las computadoras que los podían leer (creo que ya nadie tiene en su casa un equipo en el que haya una ranura para un disquete flexible) y si uno no ha transferido en su momento al nuevo soporte lo que tenía guardado en el anterior (y así sucesivamente, para siempre, cada dos o tres años) lo ha perdido irremediablemente (a menos que uno tenga en el sótano una docena de viejos ordenadores, uno para cada uno de los soportes desaparecidos).
Por tanto, de todos los medios mecánicos, eléctricos y electrónicos, o bien sabemos que son rápidamente perecederos o bien no sabemos todavía cuánto durarán, y probablemente nunca lo sepamos.
En fin, basta una simple alteración de la tensión eléctrica, un relámpago en el jardín o cualquier otro incidente mucho más banal para arruinar una memoria. Si hubiera un apagón que durara lo suficiente ya no podríamos usar ninguna memoria electrónica. Si hubiese guardado el Don Quijote en mi memoria electrónica, no lo podría leer a la luz de una vela, ni en una hamaca, ni en un barco, ni en el baño, ni en el columpio, mientras que un libro me permite hacerlo incluso en las condiciones más adversas. Y si el ordenador o el e-book me caen desde un quinto piso puedo estar matemáticamente seguro de haberlo perdido todo, mientras que si me cae un libro como mucho se desencuadernará.
Los soportes modernos parecen atender más a la difusión de la información que a su preservación. El libro ha sido un insigne instrumento de difusión (pensemos en el papel desempeñado por la Biblia impresa para la Reforma protestante), pero también de conservación. Es posible que en unos pocos siglos la única forma de acceder a las noticias sobre el pasado, cuando todos los soportes electrónicos hayan perdido sus propiedades magnéticas, siga siendo un bello incunable. Y entre los modernos libros, sobrevivirán muchos de los que están hechos con buen papel, o los que están siendo ofrecidos por muchos editores en “free acid paper”.
No soy un anticuado. Tengo un disco duro portátil de 250 GB en el que he cargado las mayores obras maestras de la literatura universal y de la historia de la filosofía; es mucho más cómodo recuperar de allí en unos segundos una cita de Dante o de la «Summa Theologica» que tener que levantarse y andar para coger un volumen pesado de una estantería demasiado alta. Pero me alegro de que esos libros estén en mis estantes, pues son una garantía de la memoria para cuando los instrumentos electrónicos hagan tilt”.
Tomado de la página web: http://clionauta.wordpress.com/2009/02/25/umberto-eco-elogio-del-libro-en-la-era-del-soporte-digital/
¿Tecnofilia o tecnofobia?
¿Tú que prefieres: leer un libro impreso o uno digital?
¿Existe una vía intermedia o complementaria entre ambas formas de almacenar el conocimiento?
De repente resulta necesaria la tecnología pero no como algo excluyente. Hay material al cual sólo se axcesa por medio de la tecnología y que bien valdría la pena imprimir con el afán de hacerlo perdurable. Por otro lado.... los libros, son un verdadero placer, y es que con ellos se viven experiencias que con los textos digitales no. Sentir la textura, el olor, etc. Además de la facilidad de acceder a la lectura de forma rápida, en cualquier sitio, sin necesidad de encender o esperar a nada, con independiencia de la electricidad o las baterías. En un libro puede subrayarse y escribir notas haciendo de su re-lectura una oportunidad de darse cuenta de los avances que se tienen con ella, es decir... releer una historia que hace diez años me dijo una cosa, puede ser que hoy ponga el acento en otra y eso me permite incluso comprenderme a mí a lo largo del tiempo. Es como dige, una experiencia más intima, personal...
ResponderEliminarEs innegable la utilidad de la tecnología, sinembargo, personalmente, no resulta ser con la que más disfruto, creo que quedaría solo en el plano de la funcionalidad.