jueves, 29 de diciembre de 2011

VOTA POR PLATÓN PARA PRESIDENTE!!!

Elaborado por: Raúl Alamillo Gutiérrez
Iniciaré formalmente este espacio tratando de realizar un recorrido histórico-problemático sobre los principales filósofos de la política, buscando que no nos quedemos en una especie de “línea del tiempo historiográfica” (como una lista de “vidas y obras”). No sé si lo lograremos, pero por lo pronto parto de la línea de salida con la figura de Platón y sus ideas políticas vertidas en la República.
PLATÓN: “LA REPÚBLICA”
Aristocles, mejor conocido como Platón (por su ancha espalda, según se cuenta) nació en el 327 a.C. en una familia aristocrática de Atenas. Tal hecho ha dado pie a que se explique la crítica a la democracia ateniense que realizó el fundador de la Academia, aunque tal afirmación no se sostiene si consideramos que Aristóteles, proveniente de una cuna no aristocrática, y no nacido en Atenas, haya sido también un crítico del proyecto democrático ateniense.
Lo que es de sobremanera importante destacar es que Platón, siguiendo en esto a su maestro Sócrates, asumió la tesis de que no hay nada más noble en el ser humano que aspirar a la vida virtuosa, entendiendo ésta como la adquisición constante y progresiva del conocimiento del bien y la verdad a partir del ejercicio de la razón. Este planteamiento tiene a su vez un supuesto previo: la creencia de que existe una vida buena, feliz, que se constituye en un fin objetivo al cual alcanzar, no sólo para cada persona, sino también para el Estado. De hecho, la vida buena sólo se puede materializar en un “Estado bueno”. (1)
Por lo referido anteriormente, se puede entender, que no justificar, el hecho de que Platón concibiera que tal empresa virtuosa y sapiencial no esté al alcance del común de los mortales; estará reservada a una élite de personas que, a través de un largo y profundo proceso educativo, estarán en condiciones de gobernar el Estado platónico.
No puedo dejar de señalar que a Platón no le faltaban razones para abalanzársele al cuello a la democracia ateniense: es el gobierno del pueblo el que –siguiendo las normas procesales aprobadas democráticamente- había acusado y condenado injustamente a muerte a su estimadísimo maestro Sócrates, y la aparente estabilidad política democrática era resultado de enconadas luchas internas entre partidos y facciones y al interior de éstos en la carrera por el poder, lo que hacía que el Estado autoritario espartano fuera para algunos deseable frente a los continuos conflictos vividos en Atenas, conflictos que, dicho sea de paso, eran “permitidos” por la vida democrática.
Al final del día, parecía que la democracia no era una forma de gobierno que estuviera dispuesta a resistir los embates de los discursos críticos sobre los fundamentos teóricos de la vida política: la justicia, el bien y la verdad.
El proyecto educativo político adquiría así en Platón una importancia fundamental. Si había que revertir el caótico estado político de cosas imperante, era necesario empezar por educar a los futuros ciudadanos en el nuevo modelo político, propósito que se materializó a partir del 388 a.C con la fundación de la Academia, como un centro de formación para la virtud, es decir, para la ciudadanía del Estado platónico.
Las ideas políticas de Platón se localizan fundamentalmente en tres de sus diálogos: LaRepública, el Político y Las leyes. La República se enmarca dentro de sus obras de la madurez, aunque podemos matizar diciendo que es una obra de su “temprana madurez” si se permite la expresión. Posteriormente se ubica el Político y por último Las leyes, una obra que Platón empieza a escribir en la ancianidad, y que deja inacabada al morir en el 347 a.C., treinta años después de que hubo escrito la República.
Como ya he señalado, la República hace de la afirmación “la virtud se identifica con el conocimiento” la tesis-eje de toda su teoría política. Dicho planteamiento supone que existe un bien objetivo, accesible a la razón y que debe ser realizado. Además, sólo el sabio puede y debe tener acceso a tal conocimiento, por lo que la conclusión se impone: sólo el sabio puede acceder legítimamente al gobierno. Es así como Platón justifica la necesidad de un despotismo ilustrado para la consecución de los fines del Estado, puesto que son los sabios quienes en todo caso tienen la capacidad de conocer el fin del Estado.
La pregunta surge inmediatamente: ¿cuáles son los fines del Estado? A primera vista se podría aventurar la respuesta típica: el Estado platónico tiene como fin la realización de la justicia (respuesta que se justifica ante la injusta muerte de Sócrates, hecho que reveló la cara oscura de la democracia: la mayoría puede acordar y validar actos injustos, es decir, legales pero inmorales)…otra pregunta se hace presente: ¿qué es la justicia?...bien…antes de seguir hablando de Platón, parece necesario detenerse un poco en esta preguntas…pero ni en mi peor pesadilla se me puede ocurrir afirmar que responderé a éstas preguntasipso facto para poder seguir adelante…la razón de ello es que no tengo la respuesta, por lo que es el momento de decir que es en estos momentos donde adquiere sentido aquella frase de que “la filosofía no es otra cosa que notas al pie de página de la filosofía de Platón”.
Si hablamos de las preguntas o problemas de los que se ocupa la “filosofía o teoría política”(2) tenemos en las dos preguntas antes señaladas un primer referente para desgranar otras más: ¿qué es el Estado? ¿cómo es que se legitima un gobierno?¿cuál es el fin o los fines del Estado?¿qué es la justicia?¿qué es el poder?¿qué es el bien común, interés colectivo o voluntad general? ¿cuál es la mejor forma de gobierno? y un largo etcétera…
Bien, cierro este comentario para seguir con nuestro amigo Platón. El fundador de la Academia sabe que la sociedad en su Estado ideal vive en una constante satisfacción recíproca de necesidades y servicios, por lo que será necesario que cada ciudadano asuma su rol o función que le corresponde para que la sociedad funcione como un reloj suizo…¿cómo se logra esto? Bien, pues el buen Platón establecerá 3 clases sociales: los sabios o filósofos, los guerreros y los productores. A los primeros les corresponde gobernar a todos los ciudadanos y educar a los que en su momento les sucederán en el gobierno, a los segundos defender la ciudad y salvaguardar el orden interno, y a los últimos producir los insumos alimenticios y de cualquier tipo para la vida de la sociedad. Si cada estamento socio-laboral cumple su rol, estaremos materializando un estado justo, es decir, armónico.
Es interesante comentar que estas tres clases sociales son una expresión análoga de los tres “tipos” de alma que cada persona tenemos según la psicología platónica. A cada alma le corresponde una virtud: al alma racional la prudencia, al alma irascible la fortaleza y a la concupiscible la templanza. De esta manera, el gobernante se distinguirá por su facultad racional y la prudencia, el guerrero por su fortaleza y valor, y el productor por la templanza.
En la República Platón nos ofece su teoría de las formas de gobierno: la aristocracia (aristos: gobierno de los mejores, los sabios) es la mejor forma de gobierno, le siguen la monarquía y la democracia (ésta última como la “menos buena” y a la vez como la menos “mala) con sus correspondientes contrapartes o formas viciadas: una aristocracia viciada se convierte en una oligarquía (oligos: pocos, gobierno de unos pocos ricos) o en una timocracia (timo: energía, fuerza, gobierno basado en la necesidad de honor y gloria de sus gobernantes); la monarquía degenera en tiranía, y la democracia es vista por Platón como “una organización política agradable, anárquica y polícroma que asigna igualdad similarmente a las cosas iguales y a las desiguales”. Como nota aclaratoria, hay que decir que para Platón es la democracia, con su “excesiva libertad” la que provoca el paso a la anarquía, y ésta a su vez propicia el surgimiento de un caudillo que se transforma en tirano (vaya, me viene a la mente Libia, Egipto y hasta nuestro proceso revolucionario…).
Quedan todavía cosas por decir sobre las ideas políticas de Platón vertidas en laRepública…sin embargo, me quedo con esta primera “entrega” esperando en una siguiente abordar a grandes rasgos las otras dos obras políticas, el Político y Las leyes, y concluir con algunas notas “aclaratorias” que permitan prevenirnos ante los comprensibles prejuicios que pueden surgir ante la República. La idea no serpa en todo caso justificar las ideas políticas de Platón, pero sí ponerlas en contexto y buscar que sean antes que justificadas, comprendidas.
NOTAS:
(1) Tal afirmación se desprende de su teoría del conocimiento, la cual parte de concebir un mundo “terrenal” donde existen los objetos como imitación de los entes verdaderos, esencias, formas, ideas o modelos de los cuales las cosas del mundo son copias. Las ideas ejemplares de las cosas del mundo habitan en el mundo “celestial” (donde también existe la idea suprema de Bien) y al cual sólo se accede con el conocimiento racional, científico (epistémico), opuesto al supuesto conocimiento “opinológico” (doxográfico) que parte del mundo terrenal.
(2) Asumiré para este texto como sinónimos teoría y filosofía de la política; ya habrá ocasión de hincarle el diente a este debate terminológico y epistemológico

BIBLIOGRAFÍA:
- Sabine, George (2000) Historia de la teoría política. México: FCE
- Abad, Juan José y Díaz, Carlos (1996) Historia de la filosofía. México: McGraw Hill.
- Platón, La República.
NB: Se aceptan colaboraciones para seguir esta "hoja de ruta". La historia de las ideas políticas es larga y aún sigue su camino…

jueves, 15 de septiembre de 2011

CURSO-TALLER DE ACTUALIZACIÓN: "PROBLEMAS ÉTICOS CONTEMPORÁNEOS"

HORA: 17:00 - 20:00
LUGAR: EDIFICIO DE C. SOCIALES Y HUMANIDADES UAN (AULA A CONFIRMAR)

Filosofia UAN

Fechas: 21, 22, 28, 29 de sep. y 5,6,12, 13 de oct. de 17 a 20 hrs.
Dirigido a: Docentes UAN, egresados UAN y Profesores de Instituciones de Educación Básica, Media Superior y Superior.
- Se expedirá constancia
- No tiene costo.

OBJETIVO: Exponer y analizar críticamente un enfoque panorámico sobre los principales problemas concernientes a la ética y sus dilemas actuales principales.

METODOLOGÍA: Exposiciones teóricas, diálogo socrático y análisis de casos.

MÓDULO I:Introducción al problema de la moral
MÓDULO II: Teorías éticas
MÓDULO III: Problemas éticos contemporáneos

CONVOCA: Programa Académico de Filosofía UAN

PRE-REGISTRO AL @: coordinación_filosofía@hotmail.com

viernes, 8 de julio de 2011

¿De qué va la filosofía?

A manera de “artículo de opinión”, quisiera compartir la respuesta que a esta pregunta ofrece el filósofo británico de Cambridge, Simon Blackburn en la introducción a su obra de divulgación filosófica Pensar. Una incitación a la filosofía (2001, Barcelona: Paidós Ibérica).
El filósofo inglés destina su libro a las personas que en algún momento de su vida se han detenido a reflexionar sobre ciertas preguntas radicales acerca del “conocimiento, la razón, la mente, la libertad, el destino, la identidad, Dios, la bondad, la justicia” (p.11). Para nuestro autor, dichas interrogantes surgen –al modo aristotélico, en el sentido de que “todo hombre desea conocer por naturaleza”- de manera natural (particularmente no sé si sea un hecho verificable o verificado, el que esas preguntan surjan de esta manera; aunque es irrelevante si consideramos que naturales o no, o naturales y construidas o no, son cuestiones que a más de uno lo han llevado al suicidio). Además son estas preguntas las que de alguna u otra manera “estructuran nuestra forma de pensar acerca del mundo y acerca del lugar que ocupamos en él” (p. 11).
Dicho esto, Blackburn parte de un “lugar común” que nadie en el “gremio de la filosofía” quisiéramos admitir: que en contextos no académicos, la sola palabra “filosofía” basta para que la asociemos con improductividad, inutilidad, esoterismo y hasta la famosa no-pertinencia (laboral, para efectos del “gran mercado”). Ante esta desafortunada situación, el filósofo de Cambridge proclama:
El filósofo estudia la estructura del pensamiento del mismo modo en que el ingeniero estudia la estructura de los objetos materiales (…) Éste es también nuestro objetivo cuando investigamos las estructuras que configuran nuestra visión del mundo. Nuestros conceptos o ideas constituyen el edificio mental en que vivimos. Puede que nos sintamos orgullosos de las estructuras que hemos construido, o bien podemos convencernos de que debemos desmantelarlas y empezar otra vez desde los cimientos. Pero antes que nada debemos saber en qué consisten.
Para el autor comentado, las preguntas fundamentales que de repente surgen en el momento menos pensado, se pueden clasificar en preguntas que nos hacemos acerca de nosotros mismos:
¿Qué soy?¿qué es la conciencia?¿puedo sobrevivir a mi muerte corporal?¿tengo certeza de que las experiencias y las sensaciones de los demás son como las mías? (…) ¿actuamos siempre de forma egoísta? ¿acaso soy una especie de títere que cree actuar libremente cuando en realidad sus actos están programados?,(…) preguntas acerca del mundo: ¿por qué existe algo y no la nada? (…) ¿por qué hay regularidades en la naturaleza? ¿presupone el mundo un Creador? (…). Finalmente, también hay preguntas acerca de nosotros y el mundo: ¿cómo podemos estar seguros de que el mundo es tal como creemos que es?¿qué es lo que convierte un campo de investigación en una ciencia? (…) ¿de dónde proviene nuestro conocimiento de los valores y los deberes?¿cómo podemos saber si nuestras opiniones son objetivas o meramente subjetivas?
El grave problema de estas interrogantes no es lo que preguntan, y tal vez ni siquiera la respuesta; el asunto aquí es saber a dónde dirigirnos para encontrar sus respuestas. Para nadie es desconocido que preguntas científicas “ordinarias” como ¿por qué existen los terremotos? Tienen respuesta a partir de que sabemos que dicha pregunta es susceptible de ser tratada y respondida a partir del quehacer científico, basado en la observación y la experimentación, por lo que a estas alturas nos habremos dado cuenta de que no sucede lo mismo con las preguntas filosóficas.
A la pregunta ¿de dónde surgen estas preguntas tan desconcertantes?, nuestro autor responde “de la autorreflexión”, entendiendo por ésta la capacidad del ser humano de reflexionar sobre sí mismo, sobre sus propios pensamientos. De esta manera “podemos preguntarnos si lo que decimos es <> cierto o, sólo el resultado de la perspectiva que adoptamos, de nuestra forma de enfocar la situación” (p. 14). En este sentido, podemos ya apuntar que alguna de las pretensiones de la filosofía es mostrar que no pocas veces los conocimientos científicos y nuestros propios conocimientos conocimientos y/o creencias sobre el ser humano, sobre el mundo, sobre la política, la sociedad, la religión, la economía, etc. tienen áreas débiles en su fundamentación: ambigüedades, confusiones, errores, pseudoargumentos, etc. Blackburn resume magistralmente lo anteriormente señalado con estas palabras que no tienen desperdicio: “…nuestras ideas y conceptos se pueden comparar con las lentes a través de las cuales vemos el mundo. En filosofía, el objeto de estudio es la lente en sí misma” (p.15) (el resaltado es nuestro).
Autorefutándose, el filósofo que nos ocupa plantea una cuestión que seguramente más de alguno nos la hemos hecho: ¿es acaso la reflexión lo que mundo?, es decir, nadie daría un quinto a nadie para que se dedique a “reflexionar”, al menos que como producto de la reflexión un solo niño se libre de morir por hambre…Blackburn nos ofrece 3 respuestas (“niveles de abstracción”, les llama) para justificar la necesidad de la autorreflexión:
La respuesta de “alto nivel abstractivo” es simple: reflexionamos porque necesitamos conocernos, comprendernos a nosotros mismos y necesitamos comprender y conocer lo que nos rodea…como se decía antes: necesitamos conocer la verdad profunda del ser humano y el cosmos.
Sobre esta respuesta, Blackburn está consciente que es una respuesta que no resulta muy convincente, y por lo mismo, está destinada para aquellos que ya tienen medio camino andado en las “oscuras artes de la filosofía”.
La respuesta de nivel medio parte de la premisa de que teoría y práctica son dos fases de una misma realidad, de tal manera que lo que pensamos influye sobre lo que hacemos, sobre el modo de hacerla, y hasta si haremos tal cosa o no. Un ejemplo bastante ilustrativo es el propuesto por el autor y que parafraseo: un cristiano –esforzado por ser coherente- que piensa que existe una vida después de la muerte corporal, seguramente estará dispuesto a soportar ciertos sufrimientos causados por la enfermedad o por la desgracia económica, con la esperanza de que los momentos de dolor son parte del proceso vital de cada persona. Cosa distinta podrá suceder con un ateo, quien al pensar que no hay más vida que la que tenemos, y que tal vida se debe vivir en lo posible sin dolor, decida que es tiempo de morir.
La respuesta de nivel bajo –como la llama el filósofo de Cambridge- plantea que la reflexión filosófica nos ayuda para estar alerta y denunciar, a partir del ejercicio crítico de la razón, a todos aquellos, personas e instituciones, que insisten en decirnos lo que debemos pensar y/ o creer, cuál es la religión que debemos profesar, qué tipo de gobierno nos conviene, que modelo económico y social debemos adoptar, ya que ellos saben qué es “lo mejor” para nosotros.
Otra cuestión de la que debemos tomar nota es que las preguntas filosóficas generalente no son bienvenidas. El temor de que queden descubiertos ciertos errores en algún edificio ideológico es grande, “las ideologías se convierten en círculos cerrados, siempre a punto para responder con indignación ante la mente inquisidora” (bueno, con respecto al tema de las ideologías, no está demás decir que algunos filósofos latinoamericanos consideran que ya la filosofía supone un punto de partida ideológico).
Simón Blackburn concluye confesándose respetuoso de la tradición y sospechoso de “cualquier escepticismo moderno o posmoderno sobre el valor de la reflexión” (lo que, prima facie, parecería contradictorio con las razones que aduce para justificar la propia reflexión filosófica):
La tradición filosófica (…) ha identificado la autorreflexión crítica con la libertad, de acuerdo con la idea de que sólo desde una adecuada comprensión de nosotros mismos podemos controlar la dirección en la que queremos ir. Sólo cuando contemplamos con prudencia nuestra propia situación, y la contemplamos como un todo, podemos comenzar a pensar en cambiarla.

Sin duda alguna, las razones por las que el filósofo del Reino Unido justifica la necesidad de la reflexión filosófica, parte de la premisa de que es sólo la filosofía la que tiene lo necesario para ofrecernos herramientas que nos permiten detectar, describir, analizar, desmontar, comprender y hasta proponer cambios en nuestra visión y sentido constitutivos del mundo que hemos ido construyendo al paso de los siglos. Nunca estará demás hacer un alto en el camino y someter a “escaneo” y análisis filosófico nuestras propias creencias, valores e ideas que sobre el mundo, sobre Dios y sobre nosotros mismos nos hemos hecho, para saber de dónde han venido, en qué consisten y qué tan fundamentadas están…aunque sospecho que para que tal ejercicio tenga éxito, necesitaremos algún(@s) interlocutor@s...tal vez porque la filosofía nació con una dimensión dialógica como parte constituva de la misma.