miércoles, 21 de enero de 2009

Los usos sociales de la mentira



Por: Salvador Mancillas

Existe una disciplina científica relativamente nueva denominada “semiótica”, la cual tiene que ver con el estudio de los signos. Umberto Eco, conocido por su novela “El nombre de la rosa”, cuya película resultó un éxito de taquilla, es uno de los intelectuales vivos más importantes de la actualidad. Se destaca como estudioso del lenguaje y, precisamente, de la semiótica, sobre la que escribió un tratado de valor inapreciable para la ciencia y la cultura. Ahí, en ese tratado, hace su célebre definición de semiótica: la define como una “teoría de la mentira”.
Como los signos pueden ser usados tanto para decir la verdad como para mentir, lo que importa para su estudio son sus mecanismos de significación o de “semiosis”, independientemente del valor atribuido por sus usuarios. Una novela, un relato fantástico, una fábula, significan, al igual que un texto científico.
Más allá de la dimensión moral de la mentira, no hay duda de que esta ha sido un instrumento de supervivencia y de control político. En la naturaleza, los fenómenos miméticos o de camuflaje de algunos animales corresponden, sea a estrategias de evasión de los depredadores o, bien, a objetivos de alimentación, como en la caza de las presas. Mentir, utilizar cierto tipo de signos bajo códigos ocultos o enviar señales deliberadamente equivocadas para engañar a un destinatario o receptor, son fenómenos objetivos y hasta cierto punto “normales” en la vida natural o social.
Ahora bien, una cosa es que esos fenómenos sean objetivos y, por tanto, “inevitables” en cualquier plano de la existencia, y otra muy distinta es tomarlos como rasgos definitorios de la naturaleza del hombre (o de cualquier otro animal). De Maquiavelo a Hobbes y, de estos, a los pensadores irracionalistas y filósofos de la sospecha, se ha articulado una representación del hombre que lo reduce a su consuetudinaria proclividad a la traición, el engaño y la mentira. De esta manera, la vieja definición de Aristóteles, la cual afirma que el hombre es un ser racional, se ha visto, en los nuevos contextos de la cultura moderna, como una ridiculez.
Lo cierto es que los animales y el hombre necesitan también de signos, señales y símbolos que reflejen --lo más fielmente posible-- la realidad o parte de ella. De otra manera hubiera sido imposible la perfectibilidad evolutiva de las especies en el plano de la naturaleza. Para reconocer al depredador o a la presa, los organismos crean instrumentos sensoriales, perceptivos y cognitivos para establecer el grado de peligro, la posibilidad del alimento y, en general, la comunicación entre sus semejantes. Así, la “verdad”, entendida como la representación más o menos fiel de cualquier cosa, a partir de señales o códigos de significación, es una necesidad de vital importancia en la naturaleza e, igualmente, desde luego, en la sociedad: sólo que en este ámbito es más difícil poner en claro su estatuto epistemológico, ético y existencial. Al mezclarse con moralismos, dogmas y mitos, esa importante cuestión que tiene que ver con los usos sociales de la mentira (y de la verdad), se vuelve reacia a la reflexión y a su determinación objetiva. Pero es tan importante que, el hombre, ha tenido que crear la ciencia en su forma actual, moderna, es decir, no dogmática y falible. Es increíble que para establecer la más humilde y transitoria certeza acerca de las cosas, la ciencia tenga que crear complejos protocolos y aparatos metodológicos y técnicos para asegurarla en códigos de plena confianza. Pero así es. El periodismo y la política son otros ámbitos en donde la mentira y la verdad son protagonistas fundamentales.
Por otra parte, en los marcos sociales, institucionales y cotidianos, es un hecho que el hombre no anda mintiendo y engañando por ahí por cualquier cosa. En tanto la confianza y la seguridad psicológica y espiritual son una necesidad, el hombre es franco y sincero. La mentira y el engaño se instauran cuando, por alguna serie de circunstancias sociales y psicológicas, la evasión, el ocultamiento y el camuflaje moral, se convierten en una necesidad imperiosa. Son estas, sin embargo, cuestiones no aclaradas filosófica, social y científicamente. ¿Cómo reflexionar acerca de los usos sociales de la mentira, sin moralizar, ni caer en la vulgaridad de las consejas? Esta pregunta refleja que el hombre no se aviene mucho a la supuesta naturaleza racional atribuida por los antiguos, pero tampoco a aquella que lo reduce al apetito, a la mala fe y a la estratagema traicionera. Ulises era reconocido por dioses y hombres como un ser inteligente, capaz de los más ingeniosos ardides para engañar al enemigo; no por eso dejó de ser reconocido, admirado y adorado como un héroe. No mentía, por lo menos, a los suyos, ni a sus semejantes ni a sus dioses. La verdad misma era una diosa: era aletheia. COMENTARIOS A: salvator_9@hotmail.com

Ó By Salvador Mancillas Rentería
DR México 2008
Cédula 5443084 con efectos de patente

No hay comentarios:

Publicar un comentario