domingo, 21 de julio de 2013

LA FUNCIÓN SOCIAL DE LAS UNIVERSIDADES: PROFESIONISTAS, NO PERSONAS (A propósito del Diplomado de tutorías)



Cuando uno “echa una mirada” a la historia y se sitúa en el siglo XIII d.C.,  asistirá al nacimiento de las primeras universidades en Europa: Bolonia, Oxford, París…sin embargo, a la luz del contexto actual, nos daremos cuenta que la función de las instituciones educativas medievales era otra: la búsqueda de la verdad, entendiendo por ésta todo aquél conocimiento científico y humanista que les permitiera responder a preguntas fundamentales sobre el ser humano y el cosmos desde  el ámbito del derecho, la medicina, las matemáticas, la filosofía, la teología, etc.
Hoy, la naturaleza y misión de las universidades es distinta, o se quiere que sea distinta, y en la promoción de este nuevo modelo de universidad, se parte de una identificación –a mi juicio errónea, o cuando menos reduccionista- semántica consistente en identificar el todo con una de sus partes: la función social de la universidad consiste en la respuesta a las exigencias de un sistema económico que prima por sobre toda otra cosa la generación del conocimiento pero para producir riqueza. Dicho esto, no es difícil inferir que la función social de la universidad se reduce a una función económica.
No es complicado asumir que quien lee estas líneas ya estará sospechando que quien las ha escrito es el típico “izquierdoso” antisistema que se opone a todo genéticamente…nada más lejos que eso;  a estas alturas de la historia, estoy bastante más que “vacunado” de los cantos de guerra de cuño marxistoides. Me explico…
En mi opinión, la idea de universidad que subyace en los textos de Arechavala (La función social de las universidades: los cambios, las tendencias y las condiciones que los hacen posibles)  y de Alcántara (Tendencias mundiales en la educación superior: el papel de los organismos multilaterales)  es la necesidad de una universidad “competitiva”, entendiendo por ello una universidad que responda a los retos globales que huelga decir,  son esencialmente retos de carácter económico fundamentalmente, y que pasan por las políticas educativas nacionales que tienen su origen en los dictados de los organismos financieros internacionales que –entre claroscuros- por una parte reconocen la necesidad de los recursos públicos para la consecución de los objetivos de las universidades, y por otra recomiendan (entiéndase “mandan” al costo de no-financiamiento si no se obedece, dejando la “autonomía” de las universidades en una palabra sin sentido) la búsqueda de financiamiento privado, o la estructuración de modelos mixtos.
Lo anterior así dicho no sería objetable si no dejara ver una serie de graves consecuencias: en primer lugar, tenemos que tener en cuenta que tales políticas educativas “globalizantes” se han planteado de tal manera que desconocen e irrespetan los contextos regionales y locales culturales, políticos y económicos donde operan las Instituciones de Educación Superior. Otro punto importante es que una universidad tendrá el membrete de “calidad” dada la pertinencia laboral y/o económica de sus programas académicos…sobra decir que tal modelo universitario echa a la basura la noción de “pertinencia social” de los programas, o se admite tal noción siempre que los programas de ciencias sociales y humanidades no sean un “lastre presupuestal” que impida a las universidades “volar” hasta los niveles más encumbrados de la investigación biotecnocientífica….el problema aquí no es la investigación en ciencia y tecnología, el problema es que se asume que dicho área de investigación debe ser la única posible en una universidad, y por tanto la única que puede y debe ser apoyada financieramente.
De cara a lo anterior, ¿de qué manera impacta  tal concepto de universidad en la práctica tutorial? Formalmente, más de alguno pensaría que el statu quo de la universidad es el que, palabras más, se refleja en los artículos de los estudiosos antes señalados: la universidad tiene autonomía siempre que por  ésta concibamos el obedecer acríticamente las políticas económicas globales, porque el mercado no necesita personas, necesita especialistas o profesionistas “en”. Tal estado de cosas se debe aceptar como tal, y así transmitirlo al tutorado, de tal manera que su criterio de acción sea siempre estar a las órdenes de la oferta y la demanda, y que si queda en desventaja, tiene que “reciclarse laboral y profesionalmente”, que debe entender que, a menos que decida tomar una carrera profesional “competitiva”, no podrá ser una persona de éxito y por tanto, no contribuirá al desarrollo del país. Otros pensamos exactamente lo contrario: que si su vocación profesional es estudiar una carrera no considerada “pertinente” en el modelo economicista, no es razón suficiente para no estudiarla, porque aún tales carreras así membretadas, esconden una falacia: necesitamos ingenieros tales, pero no muchos, ni de todos…también es verdad que tenemos que arrumbar la vieja idea de que un científico social o un humanista está destinado a ser empleado en alguna universidad… hoy, más que nunca, se hace presente la posibilidad de abrirse camino también en la iniciativa privada como asesor, consultor, capacitador, divulgador sin que ello impida las funciones docentes y de investigación... también es cierto que  esta capacidad emprendedora  está lejos todavía de los proyectos de muchos profesionistas de las ciencias sociales y las humanidades…lo criticable aparece a la hora de que la universidad asume que si no existen programas académicos “autosustentables” , no deben existir…en resumen…un tutor está obligado moralmente a plantear una tutoría que no compre acríticamente un modelo de universidad condenado a generar egresados que sin más engrasen un sistema económico injusto…

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