jueves, 12 de febrero de 2009


Diógenes, su vida de perro
Por Salvador Mancillas
El filósofo griego Diógenes bien podría ser el patrón de los periodistas, porque quizás fue el primer hombre en la historia del planeta que proclamó la libertad de expresión, reconociéndola como el supremo bien del hombre. La “libertad en el decir” es el máximo bien al que puede aspirar la humanidad, solía expresar el pensador griego a sus discípulos y admiradores. Por supuesto, llevar este principio al pie de la letra le acarreó severos problemas con sus semejantes, debido a que sus descalificaciones y sus críticas sonaban como insultos en los oídos de sus contemporáneos. La verdad es que muchas veces eso eran: insultos. Al filósofo Anaxímenes, por ejemplo, que era un tipo corpulento y de vientre prominente, le dijo al término de una conferencia que les diera también a sus discípulos un poco de tripa, para que se aligerara un poco y les fuera así más útil que sus lecciones. Una parte de la población lo repudiaba acremente, pues aparte de que era un falsificador de monedas —pues decía no encontrar diferencia entre las “legítimas” y las “falsas”—, solía hacer sus necesidades en público. Comía en pleno bullicio del foro griego (lo que sería hoy la cámara legislativa) y hasta “se frotaba el vientre” —se masturbaba— para olvidarse por un momento del hambre. Al verlo comer en el foro, la gente se le acercaba para insultarlo diciéndole “¡perro!”, a lo que con rapidez mental contestaba: “vosotros sois los perros, pues estando yo comiendo me estáis alrededor”. Sin embargo, había también mucha gente que le admiraba sinceramente, como por ejemplo el emperador Alejandro, quien, a la pregunta de qué personaje le gustaría ser en caso de tener reservada otra vida, sin dudarlo respondió que quería ser Diógenes. “Pídeme lo que quieras”, le dijo en otra ocasión el Rey Alejandro al rudo filósofo. Como quien dice —en la jerga de los periodistas actuales— le estaba ofreciendo prácticamente un “chayotazo”. Pero la respuesta de nuestro ilustre pensador fue modelo de la más insolente y brutal dignidad que podamos imaginar: “No me hagas sombra, pues lo que quiero es tomar un poco de sol”. Diógenes era, —como decimos actualmente— un tipo “claridoso” en extremo, directo, irónico. En suma, era un combatiente de la palabra y del pensamiento. El gran filósofo Platón, representante máximo del refinamiento intelectual en aquella época, hacía un esfuerzo por disimular su náusea ante él, sin poder evitar en ocasiones agrios enfrentamientos verbales. En cambio Diógenes se mofaba, sin piedad, de lo que consideraba “retórica” platónica. En una de sus lecciones, estando Platón completamente inspirado dio su célebre definición de “hombre” y lanzó su frase ante sus concentrados discípulos: “el hombre es un animal bípedo e implume”. Entonces Diógenes tuvo la paciencia de buscar un gallo; lo encontró y le cortó las plumas hasta dejarlo completamente “pelón” para arrojarlo después en plena clase, exclamando solemnemente: “¡eh ahí al ‘hombre’ de Platón!”. Diógenes vivía a la intemperie, descansaba en la arena y en la nieve, inspirado en la visión de un ratón que merodeaba cerca del monte, pues al especial filósofo le había impresionado la capacidad de supervivencia del animal, que no dependía más que de la simplicidad del instinto y de la obvia frugalidad con que satisfacía sus necesidades. Por su modo de vivir, muchos, naturalmente, lo repudiaban y descargaban su odio golpeándolo frecuentemente con leños, como a un perro, y así le apodaban: “el perro”. E inclusive alguien llamado Perdica, quien poseía sentimientos ambiguos respecto al filósofo —es decir, que lo admiraba y lo odiaba al mismo tiempo— un mal día amenazó con matarlo. Pero Diógenes, con una serenidad pasmosa le contestó: “no es gran cosa matarme, pues un insecto venenoso también lo haría”. En suma, Diógenes fue un hombre que llevó al extremo su libertad de decir y hacer, al grado de afirmar que era su deseo vivir 90 años, y lo cumplió; y cuando ya no quería seguir viviendo, contuvo la respiración y murió de asfixia. Su último deseo fue que lo enterraran bocabajo, pues afirmaba que muy pronto las cosas del mundo “se volverían al revés”. Con todo y su repugnancia o sus sentimientos encontrados, su pueblo le erigió una columna y muchas estatuas de bronce con inscripciones como la siguiente: “caducan aún los bronces con el tiempo; mas no podrán, Diógenes, tu gloria sepultar las edades, pues tú solo pudiste demostrar a los mortales facilidad de vida, y a la inmortalidad ancho camino”.

Publicado el lunes 19 de noviembre de 2001, Gaceta Universitaria. UAN
Ó By Salvador Mancillas Rentería
DR México 2008
Cédula 5443084 con efectos de patente

3 comentarios:

  1. Diogenes, ¿un filosofo? o ¿el filosofo?. Este ser demostro que los hombres somos simples seres animales, y el como su forma de vida rechazando toda vanidad de un mundo materialista,es incluso mas digna y de mayor valor que, la vida de ser que "razona"; logro sobrevivir solo con su fuerza de voluntad; poniendo el ejemplo de una verdadera fuerza filosofica: la filosofia por encima de la moral...

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  2. José Javier Durán17 de junio de 2009, 1:51

    No podemos negar que existe un abuso en la forma de ser de Diógenes de Sinope, pero sin embargo considero que su filosofía si podemos llamarle así o mejor dicho, su enseñanza tendría grandes repercusiones en la época actual: primero enterarnos que no hemos nacido con el dinero ni las cosas materiales, sino que éstas han sido hechas para facilitar la vida del hombre (o así debería ser ¿qué no?), entonces, ¿por qué tantos conflictos económicos que generan ese mar de pobres entre algunas islas de millonarios excéntricos?; si algo pesa en la conciencia de alguien es una verdad dicha de una manera sarcástica, y yo considero que el sarcasmo es como la comedia en el teatro (digo la buena comedia): la inteligencia de la inteligencia, no cualquiera tiene la suerte de ser sarcástico y realista, pues seríamos Diógenes si nos atreviéramos a extrovertir nuestros comentarios al mundo, a un mundo tan deformado como el mundo en el que Diógenes vivió.

    Siempre he considerado que para hacerle frente a un exceso se tiene que hacer uso de un exceso, una postura un tanto criticable si no es que mucho, quizá en el camino me daré cuenta de que no es tan sencillo como parece, pero yo no veo aún otro medio, y fue algo de lo que hizo Diógenes, combatir el materialismo con la desvaloralización.

    José Javier Durán

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